Jared Morales: morir en vivo y en directo


A sus 18 años, Jared Morales Huamaní eligió su final para la tarde del 17 de setiembre lanzándose de una torre de alta tensión en Los Olivos, Lima. Su madre, Hermelinda Huamaní, llegó minutos antes del salto a la muerte, le gritó que no lo haga pero, por el tumulto, no la escuchó. Fue la primera en correr a auxiliarlo tras la brutal caída de unos 30 metros, aproximadamente. Lo abrazó, le movía y gritaba para que reaccionara, pero, la muerte, una vez más había vencido.

El morbo y sus medios

Su suicidio fue grabado por cientos de personas y visto –incluso en vivo- a través de redes sociales. Hoy su madre, no solo tiene en el recuerdo, los últimos momentos junto a su hijo que acababa de fallecer, sino que a menudo se le cruza en las redes sociales o en conversaciones con sus familiares y vecinos los cientos de videos que fueron subidos a las redes sociales, en donde se aprecia -en todo tipo de planos y tomas- esta desgracia. “¿Cómo hago para que borren ese video de todos lados? No saben lo que es ver a tu hijo caer. Toda esa gente que grababa mientras mi hijo estaba ahí, en la torre, ¿por qué lo hacían? ¿Por qué grababan?”, pregunta Hermelinda Huamaní Parado. Hermelinda muestra un dibujo que hizo su hijo un día antes de suicidarse. En él, alguien se lanza al vacío desde una torre de alta tensión con los brazos extendidos hacia adelante y gritando “Adiós”. El final de Jared, fue tal cual, aunque el salto varió y lo que lanzó hacia adelante fue las piernas y cayó de espaldas, reventándose el cráneo con el impacto.


    Fotografía: Trome

REPORTAJE PUBLICADO EN HILDEBRANT EN SUS TRECE.

Matarse a los 18

La exagerada tragedia de Jared Morales Huamaní, que el 17 de septiembre ensayó con éxito su cuarto intento de suicidio.

“¿Cómo hago para que borren ese video de todos lados? No saben lo que es ver a tu hijo caer. Toda esa gente que grababa mientras mi hijo estaba ahí, en la torre, ¿por qué lo hacían? ¿Por qué grababan?”, pregunta Hermelinda Huamaní Parado. La mujer está sentada en la sala de su casa, mirando los dibujos de su hijo Jared Morales Huamaní. Sólo han pasado tres días desde que, el 17 de septiembre, el muchacho, de 18 años, se quitó la vida saltando desde una torre de alta tensión en Los Olivos. Hermelinda muestra un dibujo que hizo su hijo un día antes de suicidarse. En él, alguien se lanza al vacío desde una torre de alta tensión con los brazos extendidos y gritando “Adiós”.

Antes del 17 de septiembre, Jared había intentado acabar con su vida en tres ocasiones. La primera de ellas sucedió en octubre del 2018, cuando se cortó las muñecas y se apuñaló en el estómago. En la segunda vez tomó Racumín. Y en la tercera, este año, intentó saltar de una torre de alta tensión situada a una cuadra de la que finalmente eligió para poner punto final a su vida. Antes de cada intento de suicidio, Jared dibujaba la escena de su muerte.


Un día antes de suicidarse había tenido una consulta virtual con el psiquiatra que lo estaba tratando. “Le dije al médico que mi hijo se había dibujado saltando. ‘Se va a suicidar, doctor. Dibuja torres de nuevo’. Mi hijo dijo que quería matarse. Pero el médico solo respondió que podía aumentarle la dosis de pastillas, que no podía hacer más”, dice la madre.

Hermelinda sigue sacando cuadernos escolares de su hijo y los va colocando sobre la mesa del comedor, mientras dice: “Jared les repetía a los doctores: ‘Yo me quiero suicidar porque los medicamentos no me ayudan. Tengo algo en mi cabeza y no sale, no se va’”.


BULLYING Y MUDANZA

Jared nació en Huamanga, Ayacucho, y allí pasó su infancia. Su madre estudió enfermería, pero cuando nació su hijo dejó el trabajo para dedicarse exclusivamente a su crianza. Jared tenía 6 años cuando sus padres se separaron. Desde entonces sufrió cuadros depresivos. De carácter retraído, siempre padeció acoso escolar. Para él ir al colegio era un infierno. Tenía 12 años cuando su madre lo llevó por primera vez a un psicólogo de un Centro de Salud en Huamanga.

“Le dije al psicólogo que Jared paraba molesto con los otros niños, que no tenía amigos, que le gustaba estar solo. Me dijo que yo exageraba, que había gente que vivía sola y era feliz”, recuerda la madre.

La hija mayor de Hermelinda, que trabajaba en Lima, la convenció para que los dos se mudaran a la capital. Madre e hijo se instalaron en un departamento de San Martín de Porres. Ella se ganaba la vida cuidando a un anciano. Jared estudiaba en un colegio no escolarizado, pero la depresión seguía atormentando al adolescente. 

El 2017, preocupada por la depresión de su hijo, Hermelinda lo llevó al Hospital Cayetano Heredia. “Jared entraba a ver cosas terroríficas en internet. Luego las dibujaba”, recuerda la mujer.

Fue la primera vez que le dieron un diagnóstico: trastorno obsesivo compulsivo, retraso mental leve y depresión crónica. Le recetaron fármacos, pero no mejoró. “Decía que quería hacer daño a otras personas y solo le aumentaban los medicamentos”, dice Hermelinda. La madre lo llevó entonces al Hospital Noguchi, pero tampoco encontró la ayuda que requería su hijo.  

El chico se refugió en la Iglesia Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Jared pareció encontrar, por fin, un grupo de jóvenes con los que se sintió cómodo y empezó a asistir a las reuniones de la congregación cristiana.

“Al inicio era muy tímido. Le daba temor responder preguntas delante de sus amigos. Pero, poco a poco, empezó a levantar la mano”, recuerda Sofía Vela Ángeles, amiga de la iglesia. Ese confort emocional no duró mucho.

En casa Jared pasaba horas dibujando mientras escuchaba música chicha a todo volumen con los audífonos puestos. Pintaba monstruos y criaturas extravagantes. O inventaba alfabetos. Siempre utilizaba lapicero.

A veces leía, con dificultad, libros de Lovecraft. Y soñaba, dice su madre, con ser uno de esos pintores que son reconocidos luego de morir.

“Jared siempre quería que alguien entendiera sus dibujos. Cuando yo me interesaba me decía que no los iba a entender. Quería dibujar a la perfección y se molestaba por no poder hacerlo”, dice Hermelinda.

En la iglesia Jared se enamoró de una chica de su edad, pero no obtuvo respuesta y regresó a la depresión. En octubre del 2018 se cortó las manos y se acuchilló la barriga. Lo encontraron en el baño en un charco de sangre. Dos meses después tomó raticida, pero se arrepintió y avisó a su hermana para que lo llevara de emergencia al hospital.

Los dibujos eran cada vez más agresivos. Empezó a dibujar escenas de torturas, armas y personas asesinadas. También hacía anotaciones. Una de ellas dice: “Jared es un chico triste / creo que va a suicidarse/ se suicidará / se suicidó / con una navaja / felicidad / sin pensamientos / vivir con dios”. En otra escribió: “Todos deben morir. Menos mi mamá”.

Había días en los que se sentía mejor y pasaba las tardes mostrándole sus dibujos a su madre. En uno de esos días escribió en su cuaderno 440 veces la frase: “Voy a curarme”.

“Pedíamos más consultas en el hospital, pero sólo le aumentaban o cambiaban las pastillas. Jared me reclamaba: ‘¿Para eso me traes, mamá? ¿Para que nos digan unas cuantas palabritas y nos den medicinas?’. Siento que tengo culpa por no haber podido pagar una clínica para internarlo. Una vez Jared me dijo: ‘Mamá, en esta vida todo es plata. El que no tiene plata se muere y yo me moriré porque no tenemos plata’. Yo no entendía en ese momento qué me quería decir. Pero ahora comprendo”, dice Hermelinda.

Jared empezó a resistirse a tomar sus medicamentos. “Mi hijo repetía que tenía miedo de crecer, me decía: ‘Qué difícil es la vida, no quiero crecer”, añade la madre.

 

DOS TORRES

“Aquí están las dos torres –dice la madre sacando más dibujos–. Mi hijo las dibujó antes de subirse a la primera en marzo”. Las dos torres de alta tensión, a una cuadra de distancia una de la otra, están en el centro de la avenida Santiago Antúnez de Mayolo, en Los Olivos.

Jared las veía cuando iba a sus clases de Ofimática en el instituto y se obsesionó con ellas. Empezó a buscar en internet sobre suicidas que se lanzaron de torres o que murieron electrocutados. Y no dejaba de hablar de la chica de 17 años que se lanzó del Hotel Sheraton en el 2016.

La noche del 10 de marzo pasado el comandante de los bomberos de Los Olivos, Cristian Montenegro, estaba en su compañía cuando sonó la alarma: había un suicida inminente en una torre de alta tensión.

En sus 20 años como bombero Montenegro ya había atendido cuatro intentos de suicidio semejantes. Jared era el quinto.

Cuando Montenegro llegó a la escena se encontró a Jared subido a la torre, a una altura de 12 pisos. El bombero sabía que una mala decisión podría ocasionar que el joven se lanzara al vacío. Durante veinte minutos le habló tratando de convencerlo de que valía la pena seguir viviendo. “Dijo que escuchaba voces que le habían ordenado que subiera y que saltara”, recuerda el bombero, quien cuenta que Jared tenía una biblia en sus manos y leía pasajes. Montenegro convenció a Jared para que le permitiera subir y una vez arriba pudo sujetarlo con un arnés.

“Jared me dijo: ‘Mamá, si no subían, me lanzaba o me agarraba del cable para electrocutarme porque ya no aguantaba el aire, el frío, los nervios’”, recuerda su madre.

“Luego de aquel intento sólo lo tuvieron tres días en el Hospital Noguchi y lo mandaron a casa. Después empezó lo del covid”, dice la hermana de Jared, Stephany Añanca Huamaní.

El 16 de marzo empezó la cuarentena por la pandemia y las citas de Jared con el psiquiatra eran virtuales. “Mi hijo empeoró bastante en la pandemia. Le cambiaron de médico, pero el nuevo doctor no nos contestaba. Llevé a mi hijo de emergencia diciendo que se quería cortar para que por fin lo atiendan”, dice Hermelinda Huamaní. Pero tampoco quisieron hospitalizarlo.

La mujer estaba preocupada conforme pasaban los días en cuarentena: Jared dibujaba más y más torres. La pandemia también hizo imposible que se juntara con sus amigos de la iglesia. Se encerró en sí mismo.

El 11 de septiembre, por la noche, Jared publicó en Facebook: “planeo suicidarme en un mes”. Y dos días antes de saltar de la torre de alta tensión rompió un fólder que tenía con algunos dibujos mientras escuchaba música chicha a todo volumen y lloraba. Tras destrozar los cuadernos le dijo a su madre que su vida había acabado. Esa tarde escribió en Facebook dos publicaciones. La primera decía: “Voy a suicidarme esta semana”. Y la segunda: “La vida es pésima, no tiene sentido, soy un pusilánime, no sirvo para nada, odio a todo el mundo, por eso quiero matarme”.

Un día antes de matarse se dibujó saltando de la torre. Por la tarde tuvo una consulta virtual con el psiquiatra. Su madre volvió a suplicarle al médico que lo hospitalizaran. Le repitieron que era imposible. Por la pandemia.

Esa noche Jared le anunció a la chica que le gustaba que iba a suicidarse. “Lanzándome de una torre de alta tensión, en Los Olivos”, precisó. La joven le pidió que no lo hiciera, pero Jared dejó de contestarle los mensajes.

Segundos antes del salto mortal desde lo más alto de una torre de 30 metros de altura.

La tarde del 17 de septiembre, aprovechó la llegada de una visita a su casa para escapar. Minutos después llamó por teléfono a su madre. “Mamita, ya me voy, mamita. Te amo y te quiero mucho. Y no llores”, le dijo.

Jared colgó. Su madre ya sabía dónde estaba. Se embarcó en un taxi hasta las torres de alta tensión. Allí estaba, en lo alto. Había bomberos y policías rodeándolo.

“Al lado mío las personas sacaban su celular para grabar, mientras yo le pedía a mi hijo que no saltara, que, por favor, no saltara”, dice Hermelinda.

El bombero Cristian Montenegro se enteró de que Jared estaba otra vez por lanzarse al vacío cuando estaba trabajando en San Isidro. Sin pensarlo mucho puso rumbo a Los Olivos. “Esta vez no pude llegar a tiempo”, dice Montenegro.

Fueron veinte minutos intensos. Por momentos Jared parecía retroceder a pedido de los bomberos y policías. Pero, de repente, se levantó, alzó los brazos y saltó. Cayó a la pista y agonizó brevemente mientras los vecinos rodeaban su cuerpo y continuaban grabando. Su madre se acercó a abrazarlo.

“Siento muchas voces dentro de mí que me hacen hacer cosas que no quiero. Tengo mucho miedo, desesperación’, decía Jared. Las voces siempre le decían: ‘Mátate, súbete allí a la torre, allí vas a ser feliz, súbete, que allí vas a ser feliz’. Esa voz le decía que su felicidad no estaba aquí”, dice Susana Flores Uceda, amiga de la iglesia.

Comentarios

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